La sardina o pinchagua es un pez pequeño de 12 centímetros y lleno de espinas. Sin embargo, a pesar de este aspecto, su sabor es exquisito y está cambiando la vida de miles de pobladores de las comunas Los Ranchos y Los Arenales de la parroquia Crucita, en Portoviejo. Se estima que 4 000 habitantes de la zona obtienen sus ingresos gracias a esta actividad.
Ambos poblados son caletas de pescadores, sus habitantes siempre han estado relacionados con el mar y la pesca. Por décadas han pescado sardina, más que para el consumo propio, para venderlas a las industrias alimenticias de Manta o Guayaquil. Estas las agregan salsa de tomate y las enlatan para venderlas a Europa, Colombia y Venezuela.
Con el tiempo, el negocio ha crecido, convirtiéndose en un boom que ha mejorado ostensiblemente la economía de los pobladores. Ellos todo el día trabajan en esta labor.
La jornada empieza a las 04:00 cuando los pescadores abordan los barcos chinchorreros o sardineros y se insertan hasta 400 millas mar adentro en busca de los cardúmenes. En cada embarcación viajan 10 hombres, incluido el capitán. Cada jornada de pesca les representa unos $40 por cada tonelada que capturan y normalmente regresan con tres toneladas. Al final del día, cada pescador recibe $10 por su trabajo. No obstante, el dueño del barco vende cada tonelada en $400 a los intermediarios que se encargan de colocarlas en las industrias alimenticias. Para llegar hasta allá se contratan camiones que cobran entre $40 a $100 por el flete.
Los intermediarios se encargan de la limpieza del pescado, antes de vender el producto en las envasadoras.
Para este proceso, en el que se extraen las vísceras y la cabeza de cada pinchagua, se debe trasladar el producto desde el barco hasta la orilla de la costa. Por ello, los comerciantes contratan una panga o una lancha de fibra en donde entra una tonelada; por ese flete deben cancelar $5 al dueño de la panga. Ya en la orilla, la pesca se coloca en recipientes que son trasladados por hombres, quienes cobran $4 por llevarlos al hombro, hasta las mesas donde se realizan las tareas de limpieza. De esa labor se encargan grupos de mujeres, quienes reciben $1 por cada tacho que llenan con el producto limpio, ellas trabajan hasta completar $5. Cuando las sardinas llegan a las industrias alimenticias, el costo de cada tonelada se vende entre $800 y $1 200.
María Luisa Demera es una de las pequeño-productoras que forma parte de la cadena productiva de la sardina.
La mujer señaló que de una familia trabajan hasta cuatro personas en este negocio de la sardina. Esto les permite obtener $20 por día, que al mes representan $600. Según Demera, sus jornadas laborables son de hasta seis horas, aunque no tienen un horario fijo porque los barcos llegan a veces en la noche o madrugada. Para estas familias, septiembre y marzo representan paros obligados, puesto que son períodos de veda. Entonces deben ahorrar para subsistir en esos meses. Aun así, cada vez se observa más gente que busca esta actividad como medio de subsistencia en la zona.
Según cálculos de los pescadores, esta actividad económica mueve hasta $5 000 diarios en las playas manabitas.
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